"A diferencia de los miembros del Partido Comunista, no hablábamos con léxico marxista...”
 
 



En el desfile del Primero de mayo de 1974, los huelguistas de Cinsa-Cifunsa contagiaron de combatividad al resto de los sindicatos.



La plaza de Armas y las calles aledañas estaban repletas de saltillenses que se unían en coro a las consignas de los obreros.



El gobernador Eulalio Gutiérrez hizo
todo por conciliar a las partes. De los obreros siempre recibió su colaboración y comprensión, de los empresarios sólo reproches, presiones e insolentes actitudes.



Una vez que los obreros destituyeron
a los “charros” cetemistas, eligieron
a Salvador Alcázar Aguilar como su nuevo dirigente.

 

 

Mis sexenios (9)

 

José Guadalupe Robledo Guerrero

La huelga obrera de Cinsa-Cifunsa

La lucha de la Chamizal no impidió que el pequeño, pero combativo grupo estudiantil de los “comunistas”, continuará con su labor de concientización con los obreros. Para ese entonces la Preparatoria Nocturna era el lugar de reuniones sabatinas y dominicales de trabajadores y estudiantes, en donde se hablaba de sindicalismo, se estudiaba la Ley Federal del Trabajo y la historia de las luchas revolucionarias del pueblo mexicano. En esas proletarias charlas nunca se habló de marxismo, que eran las lecturas que aglutinaban a esa corriente estudiantil.

A diferencia de los miembros del Partido Comunista, no hablábamos con léxico marxista, pues lo considerábamos como una pose, ya que desde el inicio de nuestra relación estudiantil pusimos en claro que la teoría marxista era una herramienta de análisis, o dicho en otras palabras: “el marxismo es el análisis concreto de una situación concreta”, que servía para comprender la historia del desarrollo humano desde otra perspectiva que no era la oficial.

Uno de los productos de aquella relación con los obreros fue el nacimiento de un periódico tabloide que se llamó La Voz del Proletariado, que se repartía entre los trabajadores, y cuyas páginas insistían en la lucha reivindicativa de los obreros, teniendo como instrumento la ley laboral y los intereses históricos de los asalariados productivos.

Es indudable que el volanteo estudiantil en los desfiles del Primero de mayo, las reuniones en la Preparatoria Nocturna, el tabloide La Voz del Proletariado y el proselitismo de los activistas del grupo de los “comunistas” entre los obreros, fueron algunos de los detonantes de la conciencia sindical que se desencadenó en la huelga de Cinsa-Cifunsa en 1974. La Voz del Proletariado se maquilaba en las imprentas del Tecnológico de Saltillo a instancias de uno de los dirigentes estudiantiles de ese centro de estudios, Francisco Navarro Montenegro.

Con este periódico, decenas de estudiantes se integraron al ritual de distribuirlo afuera de las fábricas del GIS, principalmente Cinsa y Cifunsa. El reparto del tabloide les ocasionó a los estudiantes algunas correteadas por los vigilantes de las empresas y por los “porros” de la CTM. Pero nunca pasó a mayores, salvo algunos garrotazos e intercambios de piedras, pues siempre les fue difícil alcanzarnos, con la persecución nos salían alas en los pies y adquirimos un formidable tino en nuestros combates a pedradas.

En uno de los primeros meses de 1974, fuimos a repartir volantes a las puertas del sindicato de Cinsa-Cifunsa, ubicado al lado de lo que ahora es Coppel, en Presidente Cárdenas y Emilio Carranza. Había una asamblea general, el local estaba a reventar y los obreros más concientes habían preparado cuestionamientos para sus dirigentes “charros”, cuyo Comité sindical presidía un tal Margarito Carranza, quien les informaría de las “conquistas” que habían logrado en la reciente renovación del Contrato colectivo.

El aumento salarial que habían conseguido los “charros” sindicales era miserable. Los ánimos estaban caldeados, y por supuesto la base obrera no estaba conforme con el incremento obtenido ni con las condiciones de trabajo que existían, y el acoso sexual que le hacían los jefes a las trabajadoras, sobre todo de Cinsa en donde una gran parte de la planta laboral eran jóvenes mujeres.

Los “comunistas” no era el único grupo que hacía labor de concientización sobre la situación de sobreexplotación obrera, también realizaba esta tarea el grupo del Frente Auténtico del Trabajo (FAT), una especie de coalición sindical de tendencia clerical católica en el que destacaba Nelly Herrera, a quien conocí en 1971-1972, en ocasión que vino a Saltillo el dirigente del FAT, Alfredo Domínguez.

Aquella vez me invitaron como dirigente estudiantil de la Preparatoria Nocturna, a una conferencia impartida por Alfredo en un lugar cercano a la Plaza de la Madre. Evento organizado clandestina y selectivamente. Asistimos, si mal no recuerdo, alrededor de 30 personas.

Allí conocí a Alfredo Domínguez. Excelente orador y emotivo líder. En una parte de su plática se refirió al movimiento estudiantil del 68, y se lamentaba de que horas después de la masacre, los habitantes de la Unidad Tlatelolco, como si nada hubiera sucedido, limpiaban la sangre de los muros y las baldosas que había quedado luego de la impune represión. Desde entonces por meses tuve una relación fraternal con el grupo de Nelly Herrera, asistiendo a una casa por la calle de la Fuente a media cuadra del edificio de Simas, en donde convivían obreros y estudiantes que simpatizaban con las luchas reivindicativas de los trabajadores. Pese a todo nunca hubo química con Nelly. No tolero los dogmas y fundamenalismos.

Pero volvamos a la asamblea obrera. Los estudiantes “comunistas” llegamos hasta la puerta del edificio sindical, y mientras repartíamos los volantes, un grupo de incondicionales de los “charros” quisieron agredirnos si no abandoná- bamos el lugar, pero un obrero le avisó a los asambleístas y salieron a defendernos, nos introdujeron a la asamblea, en donde -por unanimidad- se destituyó a la dirigencia sindical “charra”. Luego se eligió la nueva directiva sindical, y como Secretario General del Sindicato se escogió a un obrero hasta entonces desconocido, de reciente ingreso que tenía pocos meses como mecánico-electricista: Salvador Alcázar Aguilar, quien se destacó en la asamblea apoyando la destitución de los dirigentes cetemistas, en un momento en que nadie quería dar su opinión por temor a las represalias patronales y de la CTM.

Así se inició el proceso que desencadenaría la huelga obrera de Cinsa-Cifunsa. Luego vendrían asesores del FAT a apoyar jurídicamente al Comité Ejecutivo del sindicato, entre ellos: Arturo Alcalde Justiniani, Pedro Villalba y el propio Alfredo Domínguez, todos especialistas en legislación laboral y convencidos de su labor a favor de los verdaderos productores de la riqueza: los obreros.

Ante la negativa del GIS a establecer un diálogo con la nueva dirigencia sindical, los asesores del FAT encontraron en la Ley Federal del Trabajo la base para replantear una huelga por mayores salarios y prestaciones: “el desequilibrio entre los factores de la producción”.

Desde ese momento, el edificio sindical fue el lugar de reunión de los trabajadores, en donde los obreros conocieron la alternativa legal que se había encontrado para reivindicar su situación laboral. También desde entonces, los medios de comunicación comenzaron su labor de desprestigio en contra de la “agitación comunista” que hacían los compañeros del FAT y los “comunistas” universitarios, los cuales supuestamente estaban manipulando a los obreros, para lanzarlos en contra de sus “cristianos” patrones.

Dos medios de comunicación saltillense no se sumaron a la diatriba en contra de los justos reclamos obreros: el periódico “El Independiente” de don Antonio Estrada Salazar y la XEKS, radiodifusora de Efraín y Jesús López Castro, que dedicaron espacios a difundir con simpatía la lucha obrera que se estaba gestando. Y así mantuvieron su línea durante toda la huelga que duró 49 días, del 16 de abril al 3 de junio de 1974.

Es menester señalar, que los tres más importantes movimientos sociales que se han dado en Saltillo, no sólo fueron atacados por la mayor parte de los medios de comunicación, también fueron omitidos de la historia por el Cronista de Saltillo, Armando Fuentes Aguirre: el movimiento estudiantil por la Autonomía Universitaria, la lucha de los colonos de la “Chamizal” y la huelga de los obreros de Cinsa-Cifunsa.

La prehuelga, la huelga y la posthuelga, fueron etapas de gran aprendizaje, en donde pasaron muchas cosas dignas de un estudio sociológico, pero nada se ha escrito con rigor metodológico, salvo algunos recuerdos que ha publicado Jesús Ruiz Tejada en su periódico “La Jeringa”, los que se han publicado en “El Periódico de Saltillo”, y el libro que hizo Manuel Camacho Solís “La huelga de Cinsa-Cifunsa, un intento de regeneración obrera”, publicado por el Colegio de México, y redactado después del movimiento, con datos proporcionados por personas que no vivieron la experiencia de esa lucha o que no estuvieron en las primeras filas de la contienda. Aún así, es un texto que recoge parte de esa historia, con algunas imprecisiones, errores de apreciación y omisiones.

Desde antes que los trabajadores en asamblea decidieran -por unanimidad- emplazar a huelga a Cinsa y Cifunsa “por el desequilibrio en los factores de la producción”, la preocupación fundamental de los dirigentes, asesores y activistas, era cómo se sostendría el paro de 6,000 trabajadores sin fondo de resistencia a fin de poder enfrentar la intransigencia patronal. El fondo de resistencia sindical no podía utilizarse, porque el tesorero del Comité Ejecutivo del sindicato cetemista recién destituido, Mario Gaona, quien custodiaba esos recursos, había “desaparecido” por orden de los patrones.

Para salvar la falta de recursos, se organizaron cientos de brigadas de estudiantes y obreros, para que solicitaran el apoyo económico del pueblo, que generosamente lo dio en especie y en dinero. Ya en la huelga, las contribuciones llegaron sin dificultad, pues además del entusiasmo y combatividad de las brigadas, los saltillenses simpatizaban con los trabajadores, ya que en el Saltillo de aquel entonces, todos los habitantes de las colonias proletarias tenían entre sus familiares o conocidos a un obrero que trabajaba en las empresas del Grupo Industrial Saltillo (GIS), que era la principal fuente de empleo, y sabían de las paupérrimas condiciones laborales en que se desempeñaban los trabajadores.

La ayuda de los saltillenses fue generosa a más no poder. Manuel Camacho Solís, en su investigación señala la importancia que tuvo el respaldo que la clase media dio a la huelga, sin embargo, el apoyo más significativo -tanto económico como político- fue el que brindaron los sectores populares que estuvieron presentes en los mítines y en todos los actos que organizaron los sindicalistas, aquellos que a pesar de su pobreza, siempre estuvieron dispuestos a desprenderse de una moneda y de parte de su alimento para apoyar solidariamente al movimiento.
De esta solidaridad popular hubo infinidad de casos. Desde los pequeños comerciantes del mercado Juárez que proporcionaron cajas de frutas y legumbres, hasta modestas amas de casa que regalaron parte de su pequeña despensa. De estas miles de actitudes solidarias, hay una que dejó huella en mi mente, porque además de una aleccionadora experiencia, puede servir para realizar profundo estudio sociológico sobre la solidaridad de clase.

En una tarde de mayo, a un mes de haber iniciado la huelga, llegaron al local sindical cuatro damas de la “vida galante”, ataviadas con vestidos de generosos escotes, ajustado corte y breves faldas, todas jóvenes y bonitas, que a nombre de otras más iban a dejar algo así como 800 pesos para ayuda del movimiento. Las decenas de trabajadores que allí se encontraban se amontonaron para disfrutar el hermoso espectáculo visual, lo mismo hicieron los estudiantes presentes, entre los que se encontraba una bella compañera de Psicología.

Después de que la peculiar comisión entregó el apoyo económico, se quedó a convivir con su atento público, y comenzaron los saludos y las bromas: -Quihubo Miguel, reconoció a alguien una de las visitantes. -Qué onda Nancy, le contestó tímida y amablemente el obrero, al mismo tiempo que solicitaba: “Debían apoyarnos en especie o darnos crédito a cuenta de la revolución”. La respuesta de la guapa mujer no se hizo esperar: “Órale, cómo no, siempre y cuando los López del Bosque nos hagan efectivos los vales revolucionarios”. Todos rieron con el ingenio fresco de la damita del “tacón dorado”.

Por espacio de una hora reímos con las ocurrencias de los menos tímidos. Además de los 800 pesos, las emisarias de la Zona de Tolerancia habían llevado alegría al cuartel de la lucha sindical. Allí comprendimos lo que los soldados norteamericanos sentían cuando los visitaba Marilyn Monroe en el frente de batalla de Vietnam.

Con toda cortesía y respeto se acompañó hasta la puerta del sindicato a las solidarias damas de la “vida alegre”. Antes de despedirlas, la estudiante de Psicología no pudo contener más su curiosidad, y en tono de investigador académico les preguntó: -¿Por qué apoyan ustedes a los obreros en huelga? La respuesta fue sincera e inmediata: “Casi por nada compañera (esta fraternal referencia hizo reír a los presente), nosotras somos de las más afectadas por la huelga de éstos (los trabajadores), pues si no cobran sus salarios, no tienen dinero para divertirse, y nosotras no tenemos trabajo, y si no trabajamos no tenemos qué llevarles a nuestras familias. Así de fácil”, concluyó la interrogada, dándole a la “compañera” una cátedra que nunca recibiría en la Universidad. Las “boquitas pintadas”, habían mostrado, además de su generosa y bella anatomía, lo que representaban los obreros para otras actividades económicas, de una manera más contundente y comprensible que los profesores de Economía.

La conciencia de lucha entre los trabaja- dores era una realidad que se había desarrollado desde meses antes en los círculos de estudio sindical de la Preparatoria Nocturna y en las reuniones del FAT, de donde surgieron muchos de los activistas del movimiento. El volanteo, los periódicos obreros, los folletos informativos, la escuela sindical y las asambleas consolidaron el espíritu de lucha de los trabajadores.

Por otro lado, el GIS en aquellos años se encontraba entre los 20 grupos empresariales de mayor relevancia en México, y sus propietarios -los López del Bosque- estaban entre los 37 hombres de negocios más ricos de la República. Su gran capacidad económica les permitió contratar a los mejores abogados patronales del país, entre los que destacaba el prepotente Fernando Illanes Ramos.

Desde antes que estallara la huelga, los empresarios iniciaron la ofensiva no sólo de desprestigio del movimiento, sino de intimidación y confusión hacia los obreros. Además de la labor de zapa de los medios de comunicación, comenzaron a circular miles de folletos con caricaturas, donde el GIS difundía las “generosas” prestaciones que otorgaba a sus trabajadores. Los patrones también distribuían volantes difamatorios en contra del FAT y de los nuevos dirigentes sindicales y sus aliados universitarios, tratando de asustar a la base sindical con el mito del comunismo, y con el objetivo de fomentar el esquirolaje. Este tipo de publicaciones patronales continuaron distribuyéndose durante la huelga, convocando a los trabajadores a defender de los “comunistas” su fuente de trabajo, amenazando con cerrar las fábricas si no se desistían del paro.

También comenzaron a circular entre la base trabajadora volantes, periódicos y folletos editados por organizaciones y grupos izquierdistas que criticaban a los dirigentes sindicales y convocaban a radicalizar la lucha. Con estas provocaciones, la derecha empresarial y la izquierda radical, fueron extremos que se juntaron, porque dañaban la unidad obrera y confundían a los sindicalistas.

En esa época, se dieron cita en Saltillo infinidad de activistas de organizaciones clandestinas y proguerrilleras, que pretendían apoderarse del movimiento mediante la confusión, como el Partido de los Pobres de Lucio Cabañas y la Liga Espartaco “23 de septiembre”. Pero sólo en unos cuantos trabajadores -los más atrasados políticamente- sembraron la desconfianza, la gran mayoría no cayó en la provocación.

Allí se puso a prueba el nivel de organización que se había logrado, y la constante comunicación que había entre la base y la dirigencia obrera a través de la asamblea permanente. Además se habían creado dos importantes estructuras: la escuela sindical y la Intersindical, grupo de apoyo externo integrado por dirigentes o representantes de otros sindicatos solidarios con la lucha, que fungían como un cuerpo colegiado de asesores.

La Escuela Sindical funcionaba diariamente. A ella asistían alrededor de 400 trabajadores, en donde se estudiaba lo mismo que en las reuniones de la Preparatoria Nocturna: legislación laboral, historia del movimiento sindical, economía, política obrera, filosofía e ideología internacional de los obreros. De allí surgió el órgano informativo del sindicato “Venceremos”, cuya credibilidad consiguió que las provocaciones de los radicales y de los esquiroles y patrones no hicieran mella entre la base sindical.

La Intersindical fue un organismo de discusión y apoyo, que mucho tuvo que ver con la solidaridad y apoyo del movimiento. Sin embargo, fueron pocos los sindicatos representados en la Intersindical. Las organizaciones cetemistas no asistieron al llamado, a pesar de que los trabajadores de Cinsa-Cifunsa estaban afiliados a la CTM. Al contrario, en lugar de solidaridad, la CTM era uno de los principales adversarios del movimiento. El dirigente “charro” del cetemismo coahulense era Gaspar Valdés Valdés (+), quien además de ser un lacayo de los López del Bosque, su central era enemiga acérrima del FAT y de todo movimiento reivindicativo independiente.

Por eso Gaspar se opuso a la solidaridad cetemista e impidió que llegara el apoyo económico que Fidel Velázquez había prometido a los huelguistas, de un peso por cada trabajador de la CTM. Ese apoyo nunca llegó, pues en contubernio con la patronal, la CTM quería vencer a los trabajadores paristas por hambre. Pero tampoco lo lograron, la unidad y la lucha fortalecieron la conciencia obrera.

La Intersindical se formó básicamente con tres sindicatos: el electricista (Suterm), dirigido por un connotado miembro de la Tendencia Democrática de esa organización, Eleazar Valdés Valdés (+); el ferrocarrilero (Stfrm) representado por Jesús Ruiz Tejada Pérez; y el universitario (Stamuac), al que representé en el organismo solidario. Salvador Alcázar presidía la Intersindical, acompañado de alguno de los asesores del FAT, con los que se estableció una fraterna relación, y con quienes se discutieron las cuestiones importantes y trascendentes de la huelga. Por eso los miembros de la intersindical conocimos a fondo el desarrollo de la lucha, y vivimos esas imborrables experiencias, de donde todos aprendimos.

Durante los 49 días que duró la huelga, en dos ocasiones los trabajadores mostraron la fuerza de su movimiento y consolidaron el apoyo del pueblo saltillense: en el desfile del Primero de mayo de 1974, y en la caravana que se organizó a San Luis Potosí para solicitar la intervención del Presidente Luis Echeverría, a fin de vencer la intransigencia patronal que se había recrudecido con el transcurso de la huelga.

En el desfile del Primero de mayo, las bases de los sindicatos obligaron a sus dirigentes “charros” a plantear en sus mantas el apoyo a los huelguistas. El sindicato de Cinsa-Cifunsa fue el líder de aquel memorable desfile obrero. Los paristas contagiaron de combatividad al resto de los sindicatos. La Plaza de Armas y las calles aledañas estaban repletas de saltillenses, que a la menor provocación se unían al coro de los obreros que gritaban la consigna que el FAT le regaló a la lucha obrera: “Sólo el pueblo salva al pueblo”.

Ese día los huelguistas se ganaron el respeto de las autoridades gubernamentales, que desde el balcón de Palacio presidía el gobernador Eulalio Gutiérrez, quien era testigo de que la voluntad y la simpatía popular y obrera estaba a lado de los paristas. Con esa demostración, el gobernador Eulalio Gutiérrez fortaleció su actitud conciliadora, y le sirvió para enfrentar las presiones que los López del Bosque le hicieron a su gobierno desde el inicio del conflicto laboral.

La imagen conciliadora de Eulalio Gutiérrez quedó grabada en la mente de los obreros, de los estudiantes y del pueblo que se involucró en la lucha laboral. El gobernador Gutiérrez hizo todo lo posible por conciliar a las partes. De los obreros siempre tuvo su colaboración y comprensión, de los empresarios sólo reproches, presiones e insolentes actitudes. Los López del Bosque nunca aceptaron dialogar con sus trabajadores. Su ausencia en las pláticas conciliadoras que se realizaban en el Palacio de Gobierno fue suplida por sus soberbios abogados patronales.

Tres días después del desfile del Primero de mayo, el sindicato en huelga publicó un desplegado periodístico, en donde le daban un plazo de diez días a los patrones para que se sentaran a dialogar y resolver el conflicto, de lo contrario, se haría una marcha para solicitar la intervención del Presidente de la República, pues los propietarios de GIS ya no atendían el llamado del gobernador, incluso ni le contestaban sus llamadas telefónicas.

Pero aún con el desplegado, los empresarios continuaron en su postura intransigente y soberbia, estaban empeñados en vencer por hambre a los trabajadores, querían alargar la huelga para que los obreros cansados, hambrientos y derrotados, levantaran el paro sin poner condiciones. Por eso no les importaba dialogar y cuando sus representantes legales lo hacían, rompían las pláticas con cualquier pretexto.


(Continuará).
La marcha obrera a San Luis Potosí...

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